Voy a confesarlo.
Sí. Ahora mismo.
Hay un personaje al que odio. De verdad: lo odio.
Y no es un extraño sino alguien muy cercano. Está siempre al acecho, vigilándome cuando escribo. Muy cerca mío.
En la computadora y en el móvil. Siempre allí.
Odio al corrector automático de texto. Puffff! Lo dije. Pero es así. Lo odio.
Veamos.
Escribo algo pero el corrector lo sustituye por la palabra que cree debería haber escrito. Entonces escribo, por ejemplo, ’empatizar’. Pero el maldito corrector sustituye esa palabra por otra: ’empalizar’. Yo quería escribir algo relacionado a la empatía, pero el corrector supone que quiero referirme a algún tipo de empalizada.
Y así vamos.
¿Es inteligente el corrector automático?
Claro que lo es. De hecho es portentoso que una máquina me ayude a escribir. Que descifre el movimiento de mis dedos sobre el teclado. Que detecte problemas en lo que escribo y que además proponga soluciones dentro del marco de mi idioma.
Pero es lo que llamo ‘inteligencia tonta’.
Porque muchas veces produce resultados simplemente tontos.
La moraleja sería que con la inteligencia no alcanza.
Tampoco en campaña electoral.
He visto spots electorales muy inteligentes. Spots ingeniosos, cultos, muy ‘cool’, de esos que casi exhiben su inteligencia y la sacan a pasear por la pantalla del televisor. Spots que hacen que el televidente reaccione sorprendido y hasta admirado por la inteligencia del comercial. Y los he visto morir sin pena ni gloria, repletos de inteligencia pero vacíos de estrategia y de efectividad.
También he visto eslóganes con esas características. Y discursos. Y entrevistas de prensa. Y hasta campañas electorales en su conjunto. Grandes despliegues de inteligencia cayendo al precipicio de la ausencia de votos.
Inteligencia tonta.
No quiero decir que haya que tirar por la borda la inteligencia.
No sería algo…inteligente.
Lo que sí digo es que debemos cuidarnos de la inteligencia tonta. Que no deja de ser inteligencia (o tal vez sí, vaya a saber) pero que termina siendo irremediablemente tonta. Que no ayuda. Que no nos acerca a la meta.
Detrás de la inteligencia tonta de muchas campañas electorales suele haber problemas de narcisismo. Por allí suele haber alguien que quiere mostrar su inteligencia, que quiere exhibirse y ser aplaudido. Y esa motivación destruye el objetivo principal de la campaña electoral: persuadir, convencer, ganar votos.
Lo dicho: inteligencia tonta.