Vivimos en un mundo fragmentado. La vida se vuelve una sucesión de experiencias rápidas e inestables. Entonces aparece la bandera. El símbolo. Los colores. El partido político. La identidad partidaria como parte de la identidad personal.”
¿Son importantes las banderas y los símbolos partidarios en una campaña electoral? ¿Por qué? ¿Qué resortes cerebrales movilizan?
Descubriéndose ante el espejo
Al principio el niño no se siente otro, distinto a los demás, autónomo e independiente. Es que al principio el niño ni siquiera se siente uno. No tiene conciencia y ni siquiera sensación de ser uno, idéntico a sí mismo.
No tiene el concepto ni la imagen de su propia identidad. No es más que una caótica multiplicidad de impulsos, movimientos, necesidades y deseos.
Hasta que se descubre en el espejo y todo comienza a cambiar. De pronto un día se ve reflejado. El espejo le devuelve su imagen. Allí estoy. Allí soy. Ese soy yo. Yo.
Puede tratarse del espejo como objeto del mobiliario. O del espejo de los ojos de la madre, de los ojos de otros, de las superficies espejadas de algunos objetos, de la superficie espejada del agua, o hasta de las acciones y reacciones de los demás que le hacen sentir su propia existencia.
Está. Existe. Vive. Es un individuo. Es uno. Completo, entero, diferente a los demás. Y respira aliviado, alejando la angustia de la fragmentación.
La difícil tarea de construir la identidad
El reflejo dice que estoy. El reflejo dice que soy. Desde aquel instante mágico en el que el niño se descubre en el espejo comienza una tarea vitalicia. Una tarea compleja y que dura para siempre. La tarea de construir la identidad.
Y el mundo de hoy no facilita mucho esta construcción.
Vivimos en un mundo fragmentado. Surgen ante nuestros ojos nuevos países (y hasta nuevos planetas). Se hunden viejos sistemas de gobierno y son sustituídos por otros. Nuevos objetos cambian radicalmente nuestra vida cotidiana: computadoras, teléfonos inteligentes, libros electrónicos, televisores, aparatos reproductores de música. Nuevos hábitos irrumpen. Viejas concepciones del mundo y de la vida se rompen. Las crisis económicas van y vienen. Muchas aparentes verdades caen al suelo por su propio peso. Las ideologías y las religiones se sacuden y crujen.
La vida se vuelve una sucesión de experiencias rápidas y fragmentarias. Los contactos del Facebook. Los canales de la televisión por cable. Las canciones del iPod. Los videos de YouTube. Unos pocos segundos para escanear visualmente una página web tras otra. Los sms que entran y salen. El chat, el WhatsApp, Twitter. Las tribus urbanas. La inestabilidad laboral, las migraciones, los cambios de domicilio, los divorcios, las separaciones.
Fragmentos, rupturas, velocidad. ¿Dónde estoy? ¿Quién soy? ¿Dónde está el espejo?
Levanten esa bandera
Entonces aparece la bandera. El símbolo. Los colores. El partido político. La identidad partidaria como parte de la identidad personal.
Y algunos partidos políticos logran que su bandera se convierta en un espejo para amplios sectores del electorado. Para una multiplicidad de individuos que ven la bandera de su partido y sienten que “allí estoy yo, allí soy”.
Eso soy. Por fin. Y fuera la angustia. ¡Fuera! Yo soy esa bandera, esos colores, esas ideas. Yo soy.
La bandera cumple en este caso la función del espejo. Reúne en una identidad única todos los fragmentos contradictorios y dispersos. Tranquiliza y da sentido. Integra al individuo en una totalidad que lo trasciende, que va más allá. Y da un sentimiento de poderío, de grandeza, casi de eternidad.
Levanten esa bandera.