Imagina un mundo distinto.
Un mundo donde los cables de las embajadas fueran subidos instantáneamente a Internet.
Todos los cables de todas las embajadas del mundo.
Un mundo con millones y trillones de cables disponibles a toda hora en la web.
El 99,99 % de los cables seguramente no tendría mayor repercusión en un mundo así.
Simplemente formarían parte de un flujo incesante y más o menos indiferenciado de información. Un flujo gigantesco al que todos estaríamos acostumbrados. Tal vez la palabra sería desensibilizados. O desinteresados.
El escándalo Wikileaks 2010 es posible, justamente, porque los cables no están disponibles jamás. Porque no están al alcance de todos. Y entonces el valor de las revelaciones crece exponencialmente. Casi que con independencia de los contenidos reales que se difunden.
Allí hay un secreto psicológico escondido: la atracción magnética que provoca en el psiquismo humano la escasez de algo. Porque cuando algo abunda pierde interés. Y cuando escasea aumenta nuestro interés.
Es simple. Como las comunicaciones diplomáticas son escasa o nulamente percibidas por el público, entonces si alguien ofrece revelarlas se produce una inmediata corrida mundial detrás de las revelaciones.
Es una especie de ‘click’ que dispara un mecanismo automático en nuestro cerebro. ‘¿Así que hay poco…? Entonces vamos a por él’. Y vamos en estampida.
Es el mismo mecanismo mental que opera en otros tantos ámbitos.
En el precio de los libros incunables o de los diseños exclusivos.
En los lugares limitados para un concierto.
En los productos raros o diferentes.
En las noticias exclusivas.
En la política, también.
Esto es lo que no entienden muchos políticos hiperactivos que se sobreexponen a los medios. Hacen tanto, hablan tanto y generan tantas noticias que al final la gente deja de prestarles atención. Pasan a ser parte del paisaje rutinario de todos los días.
Y de pronto un político menos expuesto a los medios aparece y hace algo o habla…y allá corre el público detrás de él.
Una linda lección.