Imagina que estás frente a una persona. Y que esa persona tiene todas las señales del enojo, la ira, la molestia, la rabia…
Su mirada es fija, dura, casi violenta.
Su boca apretada con fuerza.
Su cara tensa y crispada.
Sus palabras casi mordidas.
El volumen de su voz subiendo.
Por momentos cierra los puños.
En otros momentos blande su dedo índice como si fuera una espada.
Y está acusando a alguien.
Diciendo algo muy desagradable acerca de ese alguien.
Bien. Ahí está la persona enojada.
¿Te gustaría ser como ella? ¿Te identificas con esa persona? ¿Crees que refleja tu propia personalidad?
¿La elegirías como pareja? ¿Quisieras que la persona fuera tu amiga o tu socia? ¿Tendrías confianza en ella?
¿Sentirías afecto por esa persona?
No.
La respuesta es siempre que no.
No es imposible, pero es muy difícil que la persona enojada despierte simpatía, identificación, confianza o afecto. Muy pero muy difícil.
Porque una persona enojada habitualmente despierta en los demás una de las siguientes 2 reacciones emocionales:
- enojo
- miedo
Sin embargo, es notable la cantidad de políticos que aparecen enojados en los medios de comunicación. En debates, discursos, entrevistas…siempre enojados.
Parecen creer que su enojo va a despertar ecos favorables en el público.
Pero no.
Su enojo despierta ecos negativos. Y levanta una barrera psicológica entre él y la gente. Aún cuando eventualmente tenga razones válidas para estar enojado.
Porque lo que va a quedar en el cerebro de quien lo escucha y/o ve no son sus razones. Lo que va a quedar grabado a fuego es su enojo.
En política, el que se enoja pierde.
Tal vez no solo en política…