Los políticos suelen no percibirlo, pero sus códigos, subcódigos y mapas son muy diferentes de los del ciudadano común.
¿Por qué?
Porque el mundo político es un mundo que tiende a cerrarse sobre sí mismo, a plegarse hacia su interior, funcionando como en un circuito cerrado de televisión.
Quienes forman parte de ese mundo, quienes lo integran a plenitud, constituyen un segmento netamente minoritario de la sociedad.
Son miembros del gobierno a nivel ejecutivo, legisladores nacionales y locales, dirigentes partidarios, periodistas especializados, militantes activos y núcleos de ciudadanos altamente interesados en la política.
Uno de sus mayores problemas comunicacionales, justamente, es que frecuentemente no pueden o no quieren reconocer ese carácter de minoría que los caracteriza. No a algunos, sino al conjunto del sistema.
¿Por qué son minoría? Tal vez por una característica propia de la democracia representativa: los representantes están para eso, para ocuparse de los asuntos a los cuales sus representados no pueden o no quieren dedicarle su tiempo. La mayoría delega determinadas responsabilidades en ese pequeño subconjunto minoritario. Y deja para ellos la atención cotidiana de esos asuntos.
Esto no significa que los ciudadanos no quieran saber lo que ocurre en el ámbito político. De ninguna manera. En realidad el ciudadano de comienzos del siglo 21 quiere saber y, más que eso, quiere opinar. Pero el matiz que debemos comprender es que eso está muy lejos de un involucramiento en el día a día de la política.
El sistema político, entonces, es una minoría de la sociedad contemporánea. Así lo certifican todas las encuestas que se realizan en cualquier lugar del mundo occidental. Todos los estudios, con variaciones de país a país, revelan que el subconjunto de personas muy interesadas en la política es un fragmento bastante menor del total de ciudadanos.
Pero además de constituir una minoría, los miembros de este segmento social construyen su propio mundo: el lenguaje, los conceptos, los hechos, las iniciativas, los proyectos, las polémicas, la sutileza de los matices, las respuestas de unos a otros…todo este edificio se levanta a partir de un seguimiento cotidiano de la política.
Seguimiento que solo esta minoría realiza, y que es particularmente ajeno a las mayorías. Y como mundo aparte que es, su propia dinámica le lleva a divorciarse del lenguaje, la sensibilidad y la experiencia de los restantes segmentos sociales.
Así es que el sistema emisor de información política funciona en circuito cerrado: una exhaltada intervención de un senador opositor estará básicamente orientada a sus pares oficialistas, los que reaccionarán con respuestas aludiendo a sus rivales, quienes volverán a responder…
Todos refiriéndose a hechos y más que nada a palabras conocidas por el mundillo politico, todos dando por sabidos los antecedentes y las entrelíneas. Desde afuera, el ciudadano común muchas veces no escucha, en otras ocasiones escucha pero no entiende, y en otras entiende pero no comparte la trascendencia del punto.
Es otro mundo.
A veces, solo a veces, algunos hechos y algunos mensajes políticos abren grietas en el circuito cerrado y llegan con impacto al gran público (ese que sigue su vida como si nada mientras los políticos se enfrentan con fiereza).
¿Cuándo se presentan estas grietas? Solo en tres oportunidades:
- Ante hechos excepcionales
- Ante políticos excepcionales
- Ante excepcionales procedimientos de comunicación política.
Fuera de las excepciones, fuera de las grietas en el circuito cerrado, la decodificación que hace el cerebro de la información política es aberrante. O sea totalmente divergente de lo esperado por el emisor.
Porque el receptor vive en otro mundo, y tiene sus propias reglas para interpretar los mensajes.