El hombre estacionó su automóvil en un lugar oscuro, un lugar especialmente propicio para las citas románticas. Miró a la mujer que estaba en el asiento de al lado. Ella lo miraba insinuante. Pero él se puso serio bruscamente, sacó un revólver y la encañonó a milímetros de la cabeza.
-¿Para quién estás trabajando? -le preguntó con fiereza.
Finalmente ella confesó todo. El país vivía en dictadura y el hombre era una de las figuras más emblemáticas de la oposición. Y desde un servicio de inteligencia extranjero habían reclutado a la mujer para seducirlo y sacarle información.
El hecho es real y ocurrió una noche de hace 30 años en un país de América Latina. Está contado, además, en mi primera novela (que como ves es de carácter histórico-político y que será publicada tanto en versión digital como en papel en pocas semanas…).
¿Por qué el hombre actuó así?
¿Por qué reaccionó tan rápidamente?
¿Por qué no cayó en la trampa?
Por dudas.
La mujer apareció un buen día en su lugar de trabajo y desde el primer momento fue evidente su intención de seducirlo. Y el hombre pensó que era una belleza tan deslumbrante que le parecía demasiado el interés en él.
Dudó.
La duda lo hizo pensar. Sacar conclusiones. Adivinar lo que ocurría.
Y el cerebro humano es así: duda.
No se lo cree todo. No dice amén a cada palabra que escucha. Siempre deja aunque sea un pequeño margen para la duda. Lo cual lo protege desde tiempos inmemoriales.
Es así desde la prehistoria. La duda protege al ser humano. Ayuda a ponerlo a salvo de los peligros. Y salta como un click automático a la menor señal de riesgo.
Con el mismo automatismo la duda salta ante el discurso político
Una persona que está disputando un cargo público suele estar convencido de sus ideas, de sus palabras, de sus críticas, de sus propuestas. Lo mismo ocurre con el pequeño círculo de confianza que lo rodea.
Pero más allá está el público. La gente. El elector. El simple ciudadano.
Sin embargo el ciudadano es humano. Es portador de un cerebro humano. Por lo tanto no es tan simple.
También el político es humano, claro. Y tampoco es tan simple.
Pero el ciudadano duda. No cree todo lo que escucha. Desconfía.
Y traduce sus dudas en objeciones. En razones en contra del candidato.
En mayor o menor medida, siempre hay alguna objeción. Aún frente al candidato que alguien está dispuesto a votar. Siempre hay un pero. Aunque sea pequeño, débil.
Lo que ocurre es que si nadie responde las objeciones, entonces las dudas pueden ir creciendo y agigantándose en el cerebro del votante. A veces hasta el punto de no querer votarlo de ninguna manera.
¿Qué debería hacer el candidato?
Pues una buena lista de las principales objeciones que su candidatura puede despertar en la gente. Y luego incorporar a la misma campaña electoral las respuestas claras y contundentes que destruyan esas objeciones y que despejen las dudas.
Esa es una de las principales herramientas comunicacionales para construir confianza: responder las objeciones. Aclarar las dudas. Es más: anticiparse a ellas.
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