Los partidos políticos suelen confiar en que los votantes los escuchan. Entonces les envían sus mensajes. Les dicen-explican-aclaran lo que consideran oportuno. Y punto. Ya está dicho. Pasemos a otro tema.
Pero…¿Los escuchan?
El problema es que el cerebro del votante recibe una inaudita cantidad de mensajes por día. ¿Te has puesto a pensar cuántos? Correos electrónicos, mensajes de texto, llamadas telefónicas, conversaciones personales, correo de voz, chat, televisión, radio, Facebook, Twitter, páginas web, altavoces, parlantes, folletos, carteles en movimiento, carteles fijos, mensajes en el pack de los productos, cartas, revistas, periódicos…
Algunos especialistas que han estudiado el tema concluyen que una persona promedio recibe, en nuestro tiempo, más de 3 mil mensajes nuevos por día.
3 mil. 3000. Por día. Sin contar los mensajes viejos que ya eran conocidos.
¿Resultado? El cerebro queda sobresaturado. Destruye la mayoría de esos mensajes. Los ignora. Los anula. Y gran parte de los que se salvan los olvida rápidamente.
Siempre digo que el cerebro humano es como un laberinto oscuro por donde intentan circular los mensajes políticos. Y que el cerebro se deshace de ellos como si por sus pasillos circulara un feroz Minotauro que los destruyera.
Por eso la prioridad de cada político debería ser encontrar un camino para que su mensaje sobreviva en el cerebro del votante.
Ni más ni menos. Que sobreviva. Que se instale dentro del laberinto y opere desde allí.
En este tiempo la pregunta decisiva ya no es cual será tu mensaje político (que ya lo tendrás claramente definido). La pregunta decisiva es cómo harás para salvarlo. Cómo harás para destacarlo entre esa maraña de más de 3 mil mensajes de todo tipo que cada cual recibe al cabo del día.
Esa es la primera pregunta que se debería formular cada partido cuando piensa en la próxima elección.